Claudio Benjamín Naranjo Cohen más conocido como Claudio Naranjo, fue un psiquiatra y escritor chileno que se convirtió en uno de los pioneros y máximos referentes de la psicología transpersonal. El día de hoy hablaremos acerca de las heridas de la infancia.
Educado en Harvard y en otras universidades de lo más alto del mundo académico, fue alumno de Fritz Perls, fundador de la terapia Gestalt, pero luego fue más allá de esto y trabajó con chamanes y estudió budismo zen y budismo tibetano.
Claudio Naranjo fue uno de esos grandes sabios que son sabios porque realmente trascienden la mera intelectualidad y llevan el conocimiento a la vida, hacen de la vida un arte, viven libres y ayudan a vivir a los demás.
Naranjo fue uno de los pioneros en la terapia con psicodélicos, que actualmente vive un renacimiento. Por su parte, fundó el programa SAT y trabajó con la técnica del eneagrama y la terapia Gestalt.
En una entrevista con la cadena Russia Today, Naranjo habló sobre el trance que se vive en la actualidad, embebidos en una educación que sólo enseña a competir y conquistar pero no a amar y desarrollar una vida interna sensible a la belleza.
Una educación enfocada únicamente en la razón y no en el corazón y el instinto -Naranjo llama a una educación para “tricerebrados”, no sólo para el cerebro racional. El terapeuta chileno sugiere que existía una sociedad precivilizada más colaborativa que competitiva, y que en la actualidad vivimos en un mundo en el que se ha “prohibido lo primitivo”.
Con esto se reprime también el instinto, la espontaneidad del cuerpo, lo que en otra parte llama lo dionisíaco, ese contacto directo con la fuente de la vida, con el torrente existencial.
El problema de nuestro sufrimiento, de nuestra neurosis universal -diagnosticada ya por Freud- parte de nuestra infancia; tratamos mal a los niños y les proyectamos la dureza que cargamos con nosotros, dice Naranjo, quien define a un niño como “un ser que nació libre que poco a poco es domesticado a través del miedo… la palabra que más escucha el niño es el «no’”. Más que comprender, los padres amenazan y reprueban para educar.
Naranjo ve con admiración lo que decía Dostoyevski, quien, a causa del enorme respeto que sentía por los niños, les decía siempre la verdad.
Un tema importante tiene que ver con la noción que heredamos en parte de la idea del pecado original, de que existe una maldad que se debe detener o reprimir. Así, los padres intentan reprimir los brotes incivilizados, la energía indómita y la exploración natural de los niños. Los padres sucumben a la tentación de hacerse respetar, de sentir que mandan. El sentido de la máxima religiosa “Honrarás a tus padres”, dice Naranjo, es el amor, no la autoridad.
Si el problema está en la educación, entonces está también en los educadores, en los padres. Según Naranjo, los padres no suelen tener una plenitud de amor para darle a sus hijos. Es necesario que las personas tengan una búsqueda personal hacia la plenitud, para que puedan vertir ésta en los demás.
La solución para acabar con este ciclo de amargura y represión parece estar en lo que Naranjo llama una “retribalización sanadora”. De acuerdo con sus observaciones, actualmente la psicoterapia progresa más en las técnicas grupales, pues es con los otros que se abandonan los patrones de la infancia y se puede procesar el pasado y resignificarlo. Las relaciones íntimas y sinceras con otras personas nos estimulan a “no desconocer la verdad propia, a no hacernos ciegos de lo que nos está pasando”.
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