La conversación entre Albert Einstein y Rabindranath Tagore, que tuvo lugar en 1930, fue un encuentro fascinante entre dos mentes brillantes que exploraron las complejidades de la realidad desde perspectivas muy diferentes.
Albert Einstein, conocido por su teoría de la relatividad, revolucionó nuestra comprensión del espacio, el tiempo y la gravedad. Su enfoque estaba profundamente arraigado en la ciencia empírica y en la búsqueda de leyes matemáticas que gobernaran el universo físico. Para él, la realidad era objetiva y cuantificable, y creía en la existencia de una verdad universal que podía ser descubierta a través del método científico.
Rabindranath Tagore, por otro lado, era un filósofo, poeta y artista indio que se basaba en la intuición y la espiritualidad para comprender el mundo. Para él, la realidad era una experiencia subjetiva y multidimensional, que no podía ser reducida a meras leyes físicas. Creía en la interconexión entre el hombre y el cosmos, y defendía una visión más holística de la existencia.
Einstein: ¿Cree usted en lo divino aislado del mundo?
Tagore: Aislado no. La infinita personalidad del Hombre incluye el Universo. No puede haber nada que no sea clasificado por la personalidad humana, lo cual prueba que la verdad del Universo es una verdad humana.
Einstein: Esta es una concepción del universo puramente humana.
Tagore: No puede haber otra. Este mundo es un mundo humano, y la visión científica es también la del hombre científico. Por lo tanto, el mundo separado de nosotros no existe; es un mundo relativo que depende, para su realidad, de nuestra conciencia. Hay cierta medida de razón y de gozo que le confiere certidumbre, la medida del Hombre Eterno cuyas experiencias están contenidas en nuestras experiencias.
Einstein: Esto es una concepción de entidad humana.
Tagore: Sí, una entidad eterna. Tenemos que aprehenderla a través de nuestras emociones y acciones. Aprehendimos al Hombre Eterno que no tiene limitaciones individuales mediadas por nuestras limitaciones. La ciencia se ocupa de lo que no está restringido al individuo; es el mundo humano impersonal de verdades. La religión concibe esas verdades y las vincula a nuestras necesidades más íntimas, nuestra conciencia individual de la verdad cobra significación universal. La religión aplica valores a la verdad, y sabemos, conocemos la bondad de la verdad merced a nuestra armonía con ella.
Einstein: ¿Entonces, la verdad o la belleza no son independientes del hombre?
Tagore: No.
Einstein: ¿Si no existiera el hombre, el Apolo de Belvedere ya no sería bello?
Tagore: No.
Einstein: Estoy de acuerdo con esta concepción de la belleza, pero no con la de la Verdad.
Tagore: ¿Por qué no? La Verdad se concibe a través del hombre.
Einstein: No puedo demostrar que mi concepción es correcta, pero es mi religión.
Tagore: …Nosotros, en cuanto individuos, no accedemos a ella sino a través de nuestros propios errores y desatinos, a través de nuestras experiencias acumuladas, a través de nuestra conciencia iluminada, como si no conociéramos la Verdad.
Einstein: No puedo demostrar que la verdad científica deba concebirse como verdad válida independientemente de la humanidad, pero lo creo firmemente. Creo, por ejemplo, que el teorema de Pitágoras en geometría afirma algo que es aproximadamente verdad, independientemente de la existencia del hombre. De cualquier modo, si existe una realidad independiente del hombre, también hay una verdad relativa a esta realidad; y, del mismo modo, la negación de aquella engendra la negación de la existencia de ésta.
«La mente que se abre a una nueva idea jamás vuelve a su tamaño original».
Por Aleja Bama