En el camino del autoconocimiento encontramos muchas herramientas. Una es la metagenealogía. Con ella tomamos conciencia de lo que nuestros padres no hicieron tan bien.
Debemos actuar para que sus errores no se conviertan en patrones de comportamiento de nosotros hacia nuestros hijos.
Al pasarle un nombre, le pasamos una identidad.
Esto hará que tienda al fracaso, por no verse digno, a padecer sentimientos de culpabilidad, o incluso a manifestar comportamientos autodestructivos.
En los niños la identidad se forma como un reflejo de lo que sus mayores, como en un espejo, proyectan sobre él con sus verbalizaciones y también y más importante aún, mediante la comunicación no verbal. Si le dices a un niño eres un “demonio”, será un “demonio”…
Decirles: “este será médico”, sería una forma de alejarlo de su propio proyecto vital. Por lealtad, seguirá lo marcado por los padres que es el camino directo hacia la no-realización personal.
Si te comparan con otra persona cuando eres niño, te programan para que seas esa persona. Si las expectativas son muy altas, siempre vivirás frustrado, si las expectativas son muy bajas, fracasarás como el modelo que te impusieron.
Es otra forma de decirle que te pertenece y que ejerces poder sobre él.
Si el “contrato” con un niño es: “te quiero a cambio de que no des problema”, el niño vivirá inhibiendo su espontaneidad, autoevaluando al máximo las consecuencias de sus actos, etc. Un excesivo autocontrol impide el crecimiento de la persona y la expresión de la creatividad.
Estas palabras encierran un compromiso de relación padre-hijos, caracterizado por la dependencia infantil de los segundos a los primeros. Más allá de la adolescencia, es sano renovar este compromiso.
Implicaría de forma metafórica, no darle “su espacio” a cada uno, le estamos diciendo que no tienen un espacio propio en el hogar.
El niño aprende “los conflictos se solucionan con agresividad” y repetirá este patrón cada vez que tenga problemas. Los castigos deben ser educativos, constructivos, positivos, razonados, relacionados con la conducta a modificar. Añado que la mayoría de las veces, el mejor castigo es el premio a la conducta apropiada.
El niño es dueño de su espacio, contenido y tiempo de juego. Nunca debemos robarle su infancia, por ejemplo haciéndolo excesivamente responsable de sus hermanitos, o queriendo que dedique su tiempo de ocio a las actividades que nosotros no pudimos realizar cuando niños.
Los niños son niños y su actividad fundamental es jugar. Jugando crecen en todos los sentidos, aprenden, se divierten, se socializan, interiorizan en su mundo, crean.
Los niños no son receptores vivos proyectos frustrados del árbol. Ayudémoslos a que realicen su propio guión de vida.
«Dale a tus hijos la oportunidad de vivir sus vidas, no la tuya».
Por Carmen Guerrero en Plano sin fin
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