Cada padre anhela la felicidad de sus hijos y desea que estén listos para enfrentar los desafíos de la vida con soltura y asertividad. No obstante, en la búsqueda de este deseo, a menudo someten a los niños a una presión abrumadora, inscribiéndolos en una competencia por ser los mejores, los más aptos, los niños perfectos.
Cuando nacen, los hijos son percibidos como seres hermosos y perfectos. Esta percepción genuina persiste, pero la realidad de preparar a estos niños para el mundo feroz y competitivo a menudo lleva a los padres a sentir la necesidad de inscribirlos en numerosas actividades. Sin embargo, la cuestión va más allá de la inscripción; implica la exigencia de destacar y ser los mejores.
Para muchas madres, la preparación adecuada de sus hijos implica que estos alcancen calificaciones sobresalientes, dominen un instrumento musical, destaquen en algún deporte, sean pulcros, bien educados, siempre comportados, que consuman toda su comida, cumplan con sus deberes.
Como bien sabes, la competencia es intensa, e incluso a veces esa rivalidad se extiende entre los propios padres. Parece que algunos compiten para demostrar quién educa mejor a sus hijos, y en esta especie de batalla se evalúa quién tiene a los hijos más destacados y preparados para el mundo moderno.
El dilema radica en que muchos padres olvidan que los niños también necesitan tiempo para ser niños: jugar, ensuciarse, quedarse en la cama, socializar con otros niños en el parque y, en definitiva, ser felices.
La insatisfacción de los niños considerados perfectos
Es probable que hayas presenciado alguna vez a un padre vociferando instrucciones a su hijo durante un partido de fútbol, indicándole cómo debería patear la pelota. Si decides ampliar tu perspectiva y observar más allá, te percatarás de que cerca de ese padre controlador, hay otros tantos progenitores que también están dirigiendo las acciones de sus hijos. Este fenómeno se repite con algunas madres y las clases de ballet.
En ocasiones, algunos padres se involucran tanto en las actividades de sus hijos que parece como si estuvieran viviendo a través de ellos. Se frustran cuando los niños no siguen sus indicaciones o expectativas. En esos momentos de tensión, es esencial que los padres recuerden que sus hijos están haciendo su mejor esfuerzo y enfrentando la presión que los padres les imponen. Olvidan que la simple presencia de los padres puede generar nerviosismo en los niños, sumado al deseo de no decepcionarlos.
Es fundamental que los padres reconozcan que sus hijos son simplemente niños que están aprendiendo a jugar o bailar, y que el proceso de aprendizaje debería ser divertido. Imponer demasiadas expectativas y exigencias solo resulta en frustración para los niños. La terapeuta y psicóloga Esther Esteban advierte que presionar a los hijos para que sean los «mejores» tiene un impacto negativo en ellos. Además, compararlos con otros niños que pueden destacar en alguna actividad solo empeora la situación.
Las comparaciones entre los hijos resultan antipáticas e injustas, ya que cada uno posee sus propias habilidades y destrezas únicas. Este tipo de evaluación constante puede enviar un mensaje sutil pero poderoso a los hijos, sugiriendo que no son suficientes tal como son.
En uno de sus esclarecedores artículos, la experta en psicología y terapia familiar, Esther Esteban, ofrece valiosas reflexiones. Invita a los padres a realizar un ejercicio de autoevaluación profunda. Pregunta a los padres: ¿Por qué exigen tanto a sus hijos? ¿Cuál es la razón detrás de la presión constante para que sean los «número uno»? ¿Qué obtienen personalmente con el éxito de sus hijos? ¿Qué necesidades personales intentan cubrir a través del éxito de sus hijos?
Estas preguntas no solo despiertan la conciencia de los padres sobre sus propias motivaciones, sino que también proporcionan un punto de partida para un cambio positivo en la dinámica familiar. Entender las raíces de estas expectativas y presiones puede ser el primer paso hacia una crianza más equitativa y saludable.
Mis hijos no son niños perfectos, son niños felices.
La libertad se erige como uno de los bienes más preciados de la humanidad, una conquista celebrada a lo largo de la historia. En el contexto parental, es fundamental no convertirse en el artífice de la restricción de esta libertad para los hijos.
Se insta a los padres a ser guías, sí, cumpliendo con su papel fundamental. Sin embargo, es imperativo recordar la importancia de permitir que los hijos sean los protagonistas de sus propias vidas. Dejarles espacio para tomar decisiones sobre los hobbies que desean practicar y cuánto tiempo desean dedicarles es vital para su desarrollo integral.
El proceso de crianza implica no solo proporcionar dirección y apoyo, sino también fomentar la autonomía y la toma de decisiones. Al permitir que los hijos ejerzan cierto grado de libertad en sus elecciones, se les dota de las herramientas necesarias para explorar sus intereses, desarrollar habilidades y, en última instancia, construir una identidad única.
Si la participación de tus hijos en ciertas actividades no refleja una expresión genuina de libertad y elección, sino más bien la imposición de un sueño parental, es fundamental reconocerlo. Es valioso tener claridad al respecto, recordando que, como padre, ya se fue niño en su momento y que ahora es el turno de los hijos. Liberarse de la presión y permitirles ser felices se convierte en una directriz saludable.
Es esencial comprender que la felicidad no está vinculada a factores externos, sino más bien al grado de satisfacción personal. De este modo, soltar la expectativa de que la acumulación de riqueza o el estatus profesional son garantías de felicidad es crucial. La experiencia ha demostrado que existen individuos acomodados financieramente o con altos cargos que no encuentran la felicidad en estos logros.
Mantener presente que la verdadera felicidad se nutre del amor, las vivencias compartidas con seres queridos, los momentos divertidos, los gestos amorosos recibidos y, sobre todo, los actos de amor que se ofrecen. La riqueza emocional y las conexiones significativas superan con creces cualquier logro material o posición social en la búsqueda de la felicidad.
Por Aleja Bama