Una de las lecciones más importantes que aprendí en la tradición del maestro zen vietnamés Thich Nhat Hanh fue comprender las fiestas del Día de las Madres y el Día de los Padres de una manera nueva.
Se basaba en la aceptación de que estos días traen grandes celebraciones y hermosos recuerdos, pero también memorias de pérdida. Como dice Jack Kornfield, ambas son parte de las diez mil alegrías y tristezas que conforman nuestra jornada humana.
Para celebrar el Día de las Madres y los Padres, respectivamente, traíamos a nuestro grupo de meditación una foto de cuando éramos pequeños, y también de nuestros padres cuando pequeños si las teníamos, y si no, podíamos visualizarlos como niños pequeños. Luego mirábamos nuestras fotos en silencio mientras alguien guiaba la meditación del libro “Reconciliation: Healing the Inner Child”.
Viajábamos a nuestro interior para encontrarnos con esa parte más vulnerable que es nuestr@ niñ@ interno. Thich Nhat Hanh dice: “Podemos ir a nuestro hogar interior y hablarle a nuestro niño interior, escucharle y responderle directamente. El niño o niña interior está ahí, y quizás esté profundamente herido. Hemos abandonado a este niño durante mucho tiempo. Ahora regresamos para consolarle, amarle y cuidar del niño en nosotros”.
Respiramos con suavidad, y durante cinco minutos, repetimos en nuestra mente: “Inhalando, me veo a mí misma como una niña de cinco años. Exhalando, le sonrío compasivamente al niño de cinco años en mí”. Ese niño de cinco años está aún vivo dentro de nosotros y necesita mucha compasión y atención.
Thich Nhat Hanh, conocido como Thay, recomienda practicar esta meditación todos los días durante varios minutos. “Veremos que el niño nos responde, y él o ella comienza a sentirse mejor. Si ella se siente mejor, nosotros también nos sentimos mejor y experimentamos una gran libertad”.
Nuestro niño interior contiene información sobre nuestra niñez y también sobre la niñez de nuestros padres. Dice Thay: “Nuestros padres también sufrieron cuando eran niños. Incluso siendo adultos, muchas veces no supieron cómo manejar su sufrimiento, así que hicieron sufrir a sus hijos. Eran víctimas de su propio sufrimiento, y luego sus hijos se convirtieron en víctimas de ese sufrimiento.
Si no transformamos el sufrimiento en nosotros, se lo pasaremos a nuestros hijos. Cada padre o madre ha sido un niño de cinco años frágil y vulnerable. Mi padre y yo no somos realmente dos entidades separadas. Yo soy su continuación, así que él está en mí. Ayudar al niño de cinco años que es mi padre en mí nos sana a los dos a la misma vez. Al apoyar a la niña de cinco años que era mi madre y que todavía vive en mí, la ayudo a transformarse y a ser libre. Yo soy una continuación de mi madre. Esa niña pequeña que fue herida y sufrió tanto está viva en mí. Si puedo transformar y sanar a mi madre y padre dentro de mí, también podré ayudarlos fuera de mí. Esta meditación generará compasión y comprensión directamente hacia nosotros y nuestros padres… ¿Hay acaso algún entendimiento más elevado que este?”.
Thay nos invita a practicar respirando con suavidad y mirando la foto de papá cuando era niño: “Inhalando, veo a mi papá como un niño de cinco años. Exhalando, le sonrío a mi papá como a un niño de cinco años”. Visualizamos a papá como a un niño pequeño que podía ser herido fácilmente por abuelo, abuela y por otros adultos. Por eso, si a veces es tosco o difícil, quizás se deba a cómo fue tratado. Quizás fue herido cuando niño. Si entendemos eso, quizás ya no tengamos coraje y podamos extenderle compasión.
Cuando mamá tenía cinco años, ella también era vulnerable y frágil. Quizás fue herida, y no tenía una amiga o maestra que la ayudara a sanar. Así que la herida y el dolor continúan dentro de ella. Quizás por eso a veces haya sido poco amable contigo. Si puedes ver a mamá como una niña frágil de cinco años, entonces puedes perdonarla de manera fácil y compasiva. La niña de cinco años que fue tu mamá siempre está viva en ella y en ti. Mirando la foto de mamá cuando era pequeña, repetimos suavemente: “Inhalando, veo a mi mamá como una niña de cinco años… Exhalando, le sonrío a la niña herida de cinco años que fue mi mamá”.
Esta es una práctica urgente, indica Thay. De la misma manera en que nuestros padres están en nosotros, nosotros también estamos en nuestros hijos o en la próxima generación. Son nuestra continuación y nos llevarán dentro de ellos en el futuro. Si tenemos tiempo para sanar a nuestro niño interior de manera compasiva y a los niños que hay en nuestra vida, ellos se beneficiarán, tendrán un mejor futuro y sus hijos también. Esta práctica sana nuestra línea ancestral y las generaciones futuras.
Ello no implica condonar, ni tampoco exponernos nuevamente al maltrato de alguna figura de autoridad de nuestro pasado. Implica cuidarnos con integridad.
“Si puedo transformar y sanar a mi madre y padre dentro de mí, también podré ayudarlos fuera de mí”.
-Yaisha Vargas-