«La tragedia de la vida no es la muerte. Sino lo que dejamos de morir dentro de nosotros, mientras vivimos». A veces creemos que merecemos un cuerpo mejor cuando lo cierto es que no siempre, nos hacemos merecedores del cuerpo que nos contiene, y quizá sea el momento de poner nuestra mirada sobre él, y mostrarle la gratitud que se merece.
Querido cuerpo… Gracias. Gracias por contenerme desde el momento en que decidí venir a esta gran aventura, porque sin ti nada de esto hubiera sido posible.
No recuerdo si te elegí, eso dicen, pero lo cierto es que no importa demasiado porque, desde el minuto uno, fuiste el continente perfecto, sin rendirte, al acto traumático de abandonar el que entonces era tu medio natural, luchando desde el primer momento por la vida, para permitirme ser, estar, para gritarle a la vida: ¡estoy lista!
Gracias por hacer tu parte de forma silenciosa, por encargarte de mantenerlo todo a punto, sin darte importancia, como si nada.
Gracias por hacerme respirar aún en los momentos en que no había ganas, por realizar ese proceso alquímico de convertir lo que respiro, lo que como, lo que bebo en combustible para vivir.
Gracias por tus avisos, por tu dolor cuando erraba en forma de síntoma físico, por tu palpitar deprisa cuando me encontraba de frente con el amor, por tu sed cuando olvidaba hidratarme.
No siempre tuvimos una relación fácil (la ingratitud de la juventud, supongo). Y es que esos ojos que funcionaban tan bien (gracias también por ello), te miraban sin verte.
Perdona a mi joven ego por pensar que nunca eras demasiado perfecto. Que podría ser más bella, más delgada, más lisa.
Perdona por sentir que no eras merecedor de las caricias. Perdona por culparte de no recibir un amor cuando ni yo misma me amaba. Perdón por esconderte y maltratarte, por los excesos, por los maquillajes.
Y mientras tanto, tú seguías sin fallarme, funcionando a pleno rendimiento, estirándote para dar cabida a la mujer que se estaba formando, preparándote por si, en mi libre albedrío, decidía prestarte para albergar otro cuerpo que un día contuviera otro ser.
Y a veces también te odiaba por ello, cada 28 días, pero tú seguías sin rendirte, seguías siendo igual de eficaz, seguías conteniéndome y permitiéndome vivir. Gracias de nuevo.
Y con el tiempo descubrí que el problema no eras tú, sino yo. Que era yo la que no estaba cumpliendo con mi misión, que tú eras perfecto y que era en otro lugar donde debía buscar el motivo de mi insatisfacción.
Que castigarte, juzgarte, encerrarte no era sino la proyección de lo que estaba haciendo con mi alma, con mi esencia.
Que la ceguera,la ingratitud de estar viva, de tener la capacidad de amar y ser amada, de tocar y ser tocada, de maravillarme con las diferencias y de ser la diferencia, me estaba haciendo equivocarme. Que no estaba mirando en la dirección adecuada con esos ojos que tan bien veían.
Y hoy, que tan gastados funcionan menos bien, he aprendido a mirar, me he reconciliado con lo que soy, y puedo verte mejor.
Y ya no estás tan terso. Y ya muestras alguna cana. Y aparecen en ti las huellas de la vida, las marcas de cuando ambos contuvimos otra vida, las marcas de cuando decidía someterte a rigurosas dietas para acabar atiborrándote de alimentos que en poco ayudaban para tu buen funcionamiento, y que aún así tú conseguías procesar. Y ya no me parecen feas, y ya no me parecen desmerecedoras de amor, todo lo contrario.
Ahora te amo y me amo, amo el tandem que constituimos. Y se que no es tarde. Se que nuestra reconciliación es para siempre. Empiezo a poner consciencia en ti:
En la parte interna, en cada órgano que trabaja para que cada día pueda disfrutar de la vida, pueda crear mi vida.
En la piel, no importa cuan bronceada esté, ni cuan lisa, ni cuan luminosa, porque sigue permitiéndome sentir las caricias, el sol, el viento, el calor y el frío; porque sigue siendo vehículo del amor.
En mis sentidos, que me permiten deleitarme con aromas, saborear todo aquello que tú convertirás en combustible, dejarme llevar por la música o por el sonido del mar, ver la belleza que se esconde detrás de todo lo que me rodea, incluso detrás de mis propios ojos cuando miran la imagen en el espejo.
En mis manos que me permiten escribirte, ganarme el sustento, acariciar a los que amo, acariciarme a mi. En mis piernas que me llevan, que me sustentan que me anclan a la tierra.
Y en esta consciencia no cabe otra cosa que la gratitud, la disculpa por los años de maltrato, el compromiso de cuidarte como tú lo llevas haciendo tantos años, más allá de la forma.
Se abre una nueva etapa, porque juntos en Amor, la vida se nos ofrece y la vamos a saborear.