El duelo para ser sanado tiene que ser llorado. Es a través de las lágrimas como nuestro corazón destila su tristeza, su pena, su vacío, su impotencia, su rabia, su soledad, su “y ahora qué hago yo”. Si no lloras todas esas emociones que te hierven dentro acabarás abrasada por ellas.
La muerte de un ser querido es una de las situaciones más duras que tiene que enfrentar un ser humano. Aunque suele provocar reacciones intensas en nuestra psicología (confusión, tristeza, angustia, impotencia, miedo) y también en nuestro cuerpo (tensiones musculares y otras molestias físicas, pérdida de apetito o de sueño, propensión a enfermedades…) el duelo no es una enfermedad, la enfermedad realmente sería no hacer el duelo.
Cuando estás inmerso en el dolor del duelo, te parece que nunca vas a poder salir de ahí porque lo único que quieres es tener a esa persona de nuevo y, al mismo tiempo, sabes que nunca la podrás recuperar. Pero todo lo que comienza tiene un final y de la misma manera que empezó un día tendrá también que terminar. Eso no quiere decir que vayas a olvidar, pasar página, abandonar al otro (éste suele ser el gran temor de las personas en duelo). Terminar es darle un lugar en lo más íntimo de nosotros, un lugar donde la muerte no puede llegar, donde podremos seguir queriéndolo siempre, donde el amor que nos dio permanecerá intacto y un lugar que nos permitirá abrirle de nuevo nuestros brazos a la vida.
El duelo es muy personal, cada uno tiene su ritmo, su forma, su manera. La duración y la intensidad del duelo puede ser muy distinta de unas personas a otras, y no guarda relación con la intensidad de nuestro amor.
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El duelo requiere de unas tareas que necesitan su tiempo e implicación por nuestra parte para poder avanzar y recuperarnos adecuadamente de la pérdida:
Aceptar la dura realidad de que tu ser querido ha muerto y no va a volver. Desde la cabeza es fácil, ya sabes que está muerto, pero lo realmente difícil es aceptar con el corazón. Durante un tiempo no te lo vas a poder creer. Vas a esperarle, buscarle, pensar que es una pesadilla de la que vas a despertar. Antes o después llegará el día en que pierdas toda esperanza de recuperar a tu familiar o amigo. Será un momento muy doloroso pero también necesario y liberador.
Necesitas también sentir el dolor y todas las emociones que le acompañan: tristeza, rabia, miedo, impotencia, soledad, culpa. Expresarlas una y otra vez, éste es el camino, hasta que nos vaciemos de ellas. Habrá personas que te dirán: “Tienes que ser fuerte”. No les hagas caso. No escondas tu dolor. Comparte lo que te está pasando con tu familia, amigos de confianza. No te guardes todo para ti mismo por miedo a cansar o molestar. Busca aquellas personas con las cuales puedes expresarte tal y como estás.
Después de la muerte de un ser querido, la vida sigue con sus muchas actividades y exigencias. Además, y especialmente después del fallecimiento de la pareja, tenemos que aprender a desempeñar tareas que antes hacía el fallecido, aprender a vivir sólo, aprender a tomar decisiones por uno mismo, aprender nuevas formas de relación con la familia y amigos…
Llega un momento en que sabes que es necesario dejar atrás el dolor y el pasado. ¡Eso no quiere decir olvidar o abandonarlo! Comprender que el dolor no tiene que ser lo que nos mantiene unidos a nuestro ser querido y soltar el dolor. Que nuestro ser querido ocupe el lugar que le corresponde en nuestro corazón, allí donde el amor que nos tuvimos está intacto para siempre y del que nos podemos sentir agradecidos.
Las lágrimas derramadas por otra persona no son un signo de debilidad. Son un signo de un corazón puro.
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