A veces lo que se termina no es el amor, es la paciencia. Sí, las ganas por seguir añadiendo leña a un fuego que no da calor, en una mirada que no abraza, en unos abrazos que no nos alcanzan. Al final nos cansamos de insistir, se derriten los ánimos, se diluyen las ilusiones y solo quedan las ascuas de esa dignidad que recogemos a pedazos, conscientes de que ese ya no es nuestro lugar.
Resulta curioso como algunas personas, al acudir en busca de un profesional que les ayude a sobrellevar mejor el proceso del duelo por una ruptura, no dudan en decirle al psicólogo aquello de “ayúdeme a dejar de querer a mi ex-pareja, ayúdeme a olvidarla”. Quizás a muchos terapeutas les encantaría disponer en su consulta de esa receta mágica, de esa técnica fabulosa con la cual, borrar todo resquicio de ese amor que duele, de ese recuerdo melancólico que enturbia los días y alarga las noches.
Sin embargo, el buen profesional sabe bien que el duelo es un sufrimiento útil, que ese proceso lento, pero progresivo, que permite a la persona adquirir nuevas estrategias de crecimiento y recursos para mejorar su gestión emocional. Los bálsamos del olvido serían por tanto un recurso estéril y poco útil, ahí donde adormecer un aprendizaje vital, un tipo de recorrido interno donde poder recuperar la iniciativa y las ganas de amar de nuevo.
Porque al fin y al cabo nadie deja de querer de un día para otro. Lo que sí logramos es dejar de insistir en algo que dejó hace tiempo de valer la pena, de valer la vida.
Los dos duelos en las rupturas afectivas
Hay quien no duda en hacerlo una y otra vez: insistir en recibir un poco más de atención, insistir en que los pensamientos, las decisiones, los miedos, alegrías y complicidades se compartan, en que el tiempo vivido entre dos sepa a felicidad y no a dudas, a deseo auténtico y no a frialdad, a excusas, a miradas que nos esquivan. De hecho, ese alguien que insiste lo hemos sido todos alguna vez.
Cuando uno comprende por fin que es mejor dejar de insistir es cuando acontece el primer duelo, un principio de dolorosa realidad que nos hace abrir los ojos ante la evidencia. No obstante, nos obligará también a pasar por una serie de etapas, esenciales todas ellas para clarificar mucho más la realidad de ese vínculo afectivo, y dar por finalizada una relación antes de que se transforme en un calvario de sufrimientos inútiles.
Las etapas de este primer duelo son las siguientes:
- Embotamiento o entumecimiento de la sensibilidad: hace referencia a esas situaciones en las que no acabamos de comprender el por qué de ciertas reacciones, de la distancia, de la frialdad emocional de nuestra pareja o del por qué de sus mentiras.
- Anhelo. En esta segunda etapa es habitual que uno siga insistiendo, y que aparezcan a su vez los típicos sesgos o auto-engaños de “si hace esto es porque tiene ahora mucho estrés, porque está ocupado, cansado…”, “si yo soy un poco más cariñoso/a es posible que me quiera un poco más, que me haga más caso…”.
- La aceptación es la última etapa de este primer duelo, un momento esencial donde uno deja de insistir ante las claras evidencias. Alimentar la esperanza es poco más que un estorbo, lo sabemos, un modo de envenenarnos a nosotros mismos lenta y pesadamente sin sentido ni lógica, y por lo tanto, hay que hacerlo: alejarnos…
Este, será el momento en que se inicie una fase mucho más compleja: el segundo duelo.
Dejé de insistir, puse distancia pero aún te quiero: el segundo duelo
Cuando damos por fin el adiós definitivo y se establece la distancia, damos paso al segundo duelo. Ante lo irremediable, ante lo que duele, ante lo que quiebra nuestra dignidad y nos aniquila la autoestima, la opción más inteligente es la distancia, lo tenemos claro. Sin embargo, lo que nunca será posible es la distancia sin olvido.
Sabemos que el simple reconocimiento de que “todo ha terminado y no hay nada que hacer”, nos libera de las salas de espera y terrenos estériles, sin embargo… ¿qué hacer con ese sentimiento que yace incrustado en nuestro interior como un demonio insistente? El segundo duelo es más complejo que el primero, porque si duro es descubrir que no somos amados o que somos “mal amados”, más complicado es tener que sanar las heridas, sobrevivir y reinventarnos en alguien más fuerte.
Por tanto, sabiendo esto, es necesario dar forma a un duelo afectivo que se ajuste a nuestras necesidades, ahí donde la mente y también el cuerpo puedan llorar, procesar, asimilar la ausencia del ser amado y aceptar a la fuerza -y a regañadientes- la nueva situación sin rencores, sin rabia ni resentimientos.
Asimismo, es también un momento ideal para “insistir” en nosotros. Toca ser cabezones, toca alimentarnos con esperanzas, nutrirnos con nuevas ilusiones, aunque al principio, claro está, no podamos engullirlas. Este segundo duelo exige que insistamos y persistamos en el propio ser, modulando los recuerdos y ansiedades, encontrando esa frecuencia perfecta donde nostalgia y dignidad hallen su armonía para permitirnos seguir adelante con la cabeza alta.
“Al principio todos los pensamientos pertenecen al amor. Después todo el amor pertenece a los pensamientos” – Albert Einstein-
-Valeria Sabater-