Querer de forma consciente es amarse primero a uno mismo para desinfectar apegos enfermos o gélidos vacíos que otros están obligados a calmar. Amar de forma madura es entregarse libremente al otro en un acto de autenticidad, pero nunca para apagar soledades y jamás para perder la propia dignidad.
El propio Einstein dijo una vez que el amor nunca podría explicarse bajo la óptica de la ciencia, porque ese acto biológico, químico y fascinante jamás podría ser cuantificado u observado bajo un microscopio. Sin embargo, el padre de la teoría de la relatividad se equivocaba. Porque si hay algo que ha podido demostrar la neurología a día de hoy es que el amor es adictivo.
Los avances en el campo de la neurociencia apagan muchas veces nuestro sentido del romanticismo y ese halo poético con el cual revestimos en ocasiones nuestras relaciones, cual caramelos algo envenenados. El amor está impregnado de dopaminas, y ello hace que muchas veces caigamos casi como narcotizados ante un vínculo del que nos cuesta mucho escapar o más aún: ver el daño que nos causa.
El amor es ciego, lo sabemos, y todos podemos caer en una de esas relaciones basadas en un apego insano, asfixiante e intenso a la vez. Sin embargo, es responsabilidad nuestra abrir los ojos para vernos primero a nosotros mismos. La relación que nos despersonaliza, que nos extrae esas entrañas privadas donde reside la autoestima y el autoconcepto no es saludable. Es como inmolarse en las hogueras de una inmerecida infelicidad.
El amor basado en el apego es pura adicción.
Algo que resulta curioso dentro del plano científico o clínico es que se ha estudiado más la depresión asociada al desamor que el amor asociado a la manía, a la adicción. Esto es así por una razón muy sencilla: histórica y culturalmente se ha tenido una imagen de ese amor desmedido, apasionado, dominante y ciego como algo admirable, positivo y hasta inspirador.
Admitámoslo… A todos nos han vendido la idea de que los mejores amores son esos del todo o nada. Esos donde fundir las mitades de nuestro corazón hasta crear uno solo, esos donde dar el aliento para que el otro respire y ser rescatados de todos nuestros miedos, sanados de cada una de nuestras soledades. Sin embargo, debemos tener mucho cuidado con todas estas imágenes, porque todas ellas esconden algo de tragicómico, pinceladas agridulces y el implacable veneno de las decepciones.
Hay que tenerlo claro, las relaciones basadas en el apego afectivo son insanas porque tienen en su mano esa goma de borrar que hace desaparecer todos los “autos” de nuestra personalidad, a saber: la autoestima, el autoconcepto, el autorrespeto… Además, cuando quedamos subordinados a este tipo de amores dependientes, por curioso que parezca, no es nada fácil ver lo que nos ocurre con claridad. No importa que otros nos avisen, de nada sirve que nos digan que “nosotros no somos así”.
El amor basado en el apego es obstinado y ciego y no tiene pies ni cabeza, pero sí un corazón grande y herido que necesita su droga afectiva, ese cuyo efecto secundario resulta implacable.
Te quiero por encima de los miedos, las soledades y la costumbre.
Los neurólogos nos dicen que el amor es obsesivo porque está regulado por la serotonina, e incluso que es propenso a la imprudencia porque tanto la corteza cerebral como la amígdala pierden un poco el control o su “cadena de mando”. Ahora bien, que muchos de nuestros comportamientos sean el resultado de todo este naufragio químico no significa que no podamos amar de forma saludable, a través de una experiencia alegre, satisfactoria y plena.
Lo más recomendable en estos casos es invertir primero en el propio crecimiento personal, en gestionar nuestros miedos, en convertirnos en personas maduras emocionalmente y no en eternos buscadores de apego para nutrir nuestras necesidades.
Tal y como dijo una vez Antoine de Saint-Exupéry, amar no es mirarnos constantemente el uno al otro. Al final uno acaba perdiendo toda perspectiva. Amar de forma consciente es poder armonizar nuestros corazones para mirar juntos la belleza del mundo unidos siempre en una misma dirección. Es lo que podríamos llamar, “tener conciencia de pareja”.
Esta dimensión maravillosa, la “conciencia de pareja”, estaría formada por estas tres “C” sobre las que vale la pena reflexionar un instante.
- Compromiso. El compromiso no está basado solo en ese contrato afectivo íntegro y respetuoso hacia otra persona, sino también en nosotros mismos. Debemos cuidar de nuestro bienestar psicológico para poder comprometernos plenamente con el ser amado.
- Comunicación. Toda pareja estable y feliz es hábil a la hora de comunicar, lo hacen con asertividad, a través de una escucha activa, de la empatía y de esa cercanía real donde no caben los egoísmos ni los chantajes.
- Correspondencia. La correspondencia no es otra cosa más que esa reciprocidad donde entender que amar no es solo dar, también es recibir. Una pareja no es un juego de fuerzas, sino un equipo que llega a acuerdos, una alianza donde ambos ganan, donde se favorece el crecimiento personal del ser amado como forma de inversión en la propia relación.
Para concluir, hemos de entender que la variable “amor” no basta en la ecuación de una pareja. Una relación es como un músculo que necesita ser ejercitado a través del sentido del humor, del respeto y la libertad personal. Seamos capaces de favorecer ese desapego saludable basado en la ausencia del miedo, en la “no dependencia” y ante todo en la “no adicción”.
«El desapego no es que tú no debas poseer nada. Es que nada te posea a ti”
-La mente es maravillosa-