Espiritualidad

LA LEYENDA MAYA DEL COLIBRÍ

La Leyenda Maya del Colibrí es un relato tradicional que proviene de la cultura maya, una antigua civilización mesoamericana que habitó principalmente en las regiones actuales de México, Guatemala, Belice, El Salvador y Honduras. Esta leyenda, transmitida oralmente a lo largo de generaciones, destaca la importancia simbólica y espiritual del colibrí en la cosmovisión maya.

Los colibríes son conocidos por su plumaje iridiscente y su distintivo vuelo caracterizado por aleteos rápidos y frenéticos. Estas aves son famosas por su capacidad de mantenerse suspendidas en el aire y moverse en todas las direcciones, incluso hacia atrás, gracias a sus potentes músculos pectorales y su estructura única del ala. Algunas especies de colibríes son muy pequeñas, con longitudes que van desde 5 a 10 cm, mientras que otras pueden alcanzar hasta 20 cm. Sus colores van desde verdes y azules hasta rojos y dorados.

Leyenda Maya del Colibrí

Cuenta la leyenda que los mayas más sabios cuentan que los Dioses crearon todas las cosas en la Tierra y al hacerlo, a cada animal, a cada árbol y a cada piedra le encargaron un trabajo.

Pero cuando ya habían terminado, notaron que no había nadie encargado de llevar sus deseos y pensamientos de un lugar a otro. Como ya no tenían barro ni maíz para hacer otro animal, tomaron una piedra de jade y con ella tallaron una flecha muy pequeña.

Cuando estuvo lista, soplaron sobre ella y la pequeña flecha salió volando. Ya no era más una simple flecha, ahora tenía vida, los dioses habían creado al x ts’unu’um, es decir, el colibrí.

Surgido del soplido cósmico, este ser desplegó sus alas en un estallido de colores que pintaban el firmamento al rozar los rayos del sol, sus plumas brillaban bajo el sol como gotas de lluvia. Ligereza y fragilidad se entrelazaron con velocidad y gracia, otorgándole el don de acercarse a las flores más delicadas sin perturbar ni un solo pétalo.

Su belleza dejó a los hombres maravillados, anhelando atrapar su plumaje para adornarse con sus plumas. Sin embargo, este anhelo despertó la ira de los dioses, quienes advirtieron: «si alguien osa atrapar algún colibrí, será castigado».

Ese es el motivo por el cual nadie ha visto alguna vez a un colibrí en una jaula, ni tampoco en la mano de un hombre. Los Dioses también le destinaron un trabajo: el colibrí tendría que llevar de aquí para allá los pensamientos de los hombres. De esta forma, dice la leyenda, que si ves un colibrí es que alguien te manda buenos deseos y amor.

Cuenta la leyenda también que cuando un colibrí cruza sobre tu cabeza, se dice que está llevando consigo tus deseos al universo. Imagina por un momento el suave zumbido de sus alas como un eco de tus pensamientos más profundos. Mientras el colibrí se desliza en el aire, se convierte en un portador de tus aspiraciones, un puente entre tu corazón y las energías cósmicas.

El colibrí se convierte en un intermediario, en el lazo entre el mundo humano y el divino. Su presencia es un recordatorio de la capacidad de nuestros deseos para trascender las fronteras de lo tangible y elevarse hacia lo etéreo. Cada vez que veas a un colibrí, permite que sea un momento para enviar buenos deseos y energías, confiando en que su vuelo los llevará hacia donde deben llegar.

Se dice también que estas aves son portadoras de mensajes del más allá, y que su presencia puede ser interpretada como una manifestación del espíritu de aquellos que han partido. Además de su enigmático papel como mensajeros, el colibrí también es visto como un ser mitológico de poder curativo, capaz de cambiar la suerte de quienes necesitan ayuda.

Así, la leyenda maya del colibrí se alza como un recordatorio etéreo de la delicadeza que yace en la naturaleza y la trascendencia que puede emerger de lo aparentemente frágil. En su vuelo errante y su plumaje que refleja el arco iris, encontramos un reflejo de nuestra propia búsqueda de conexión con lo divino, un recordatorio de que incluso en lo más diminuto puede residir la esencia misma de la grandeza.

Por Aleja Bama

Aleja

"El trabajo sobre sí mismo está en no mirar, ni juzgar a los demás, sino comprender que todo lo que está a mí alrededor, está en mi interior".

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