El día que mi madre murió escribí en mi diario, «una grave desgracia a mi vida ha llegado». Sufrí durante más de un año después del fallecimiento de mi madre.
Pero una noche, en las tierras altas de Vietnam, estaba durmiendo en la cabaña en mi ermita. Soñé con mi madre. Me vi sentada con ella, y estábamos teniendo una charla maravillosa. Se veía joven y hermosa, su cabello fluía. Fue tan agradable sentarse allí y hablar con ella como si nunca hubiera muerto.
Cuando me desperté era sobre las dos de la mañana, y me sentía muy fuerte como si nunca hubiera perdido a mi madre. La impresión de que mi madre estaba todavía conmigo era muy clara. Entendí entonces que la idea de haber perdido a mi madre era sólo una idea. Era obvio en ese momento que mi madre siempre está viva en mí.
Abrí la puerta y fui afuera. Toda la ladera estaba bañada en la luz de la luna. Era una colina cubierta con plantas de té, y mi cabaña estaba detrás del templo a mitad de camino. Caminando lentamente a la luz de la luna a través de las hileras de plantas de té, me di cuenta de que mi madre estaba todavía conmigo.
Ella era la luz de la luna que me acariciaba como lo había hecho tan a menudo, muy tierno, muy dulce… maravilloso! Cada vez que mis pies tocaban la tierra supe que mi madre estaba allí conmigo. Sabía que este cuerpo no era mío, sino una continuación viviente de mi madre y mi padre y mis abuelos y bisabuelos. De todos mis antepasados.
Esos pies que vi como «mis pies» eran en realidad «nuestros pies». Juntos mi madre y yo estábamos dejando huellas en el suelo húmedo.
A partir de ese momento, la idea de que había perdido a mi madre ya no existía. Todo lo que tenía que hacer era mirar la palma de mi mano, sentir la brisa en mi cara o la tierra bajo mis pies para recordar que mi madre siempre está conmigo, disponible en cualquier momento.
-Thich Nhat Hanh-