Ya no me veo contestando cada insulto que me dan. Simplemente he aprendido que el insulto no es para mí, es para la persona misma que me lo está dando.
Ya no me veo escuchando cada queja de la gente alrededor. He aprendido a respetarme y a decidir no ser el basurero emocional de nadie.
Ya no me veo escuchando a alguien y buscando en mí una historia más trágica, para demostrarle que a mí también me ha pasado lo que a él o a ella. Ahora, solo escucho y limpio memorias. Por algún razón me lo están compartiendo.
Ya no tomo responsabilidades que no me corresponden, ni explico, el porqué no lo hago.
Ya no discuto con la gente para salvar mi honor o mi nombre. Eso, es solo parte del ego que me ha llevado a equivocarme y que al final, no le ha aportado mucho a mi vida. El que crea que tengo honor que lo crea, y el que no, lo respeto y bendigo su camino.
Ya no me veo angustiada porque alguien deja de hablarme o alguien ya no me quiere en su vida. Es su vida y es su espacio, por lo tanto respeto la decisión, de todas maneras si ya no me desea cerca, no creo que tenga mucho para aportarme.
Ya no me veo preguntando aquí y allá por algo que quiero saber. Si lo quiero saber, voy a la fuente y me comporto de manera madura para escuchar los chismes y mensajes indirectos por redes sociales. Era de las que no tenía la valentía para mirar a los ojos, hoy, ya no tengo tiempo para eso.
Ya no me veo triste, enojada, frustrada, deprimida o cualquier emoción que baje mi vibración. No porque no vaya a volver a sentirlas, sino porque desgasto esas emociones tan rápido como puedo y me enfoco en volver a tomar vuelo para ser quien realmente soy.
Hoy, ya no veo como antes, ni siquiera como ayer, así que día a día soy mi mayor experimento, mi mayor investigación, mi mayor hallazgo.
Todos los días, me descubro, me callo y miro dentro de mí. No es que menosprecie a los demás, es que estoy muy asombrada de mí misma y ahí, es donde deseo mi energía para vivir.
Ya no me veo caminando por la vida sin luz, sin Dios, sin magia, sin amor incondicional, sin mis ángeles y maestros. Ya no me veo pensando que Dios está afuera de mí y que el cosmos es algo lejano que nunca conoceré.
Hoy, ya no me veo como me veía hace unos días, semanas, meses o años, y es que decidí que cada día era necesario evolucionar y que cada día podía usar mi varita mágica para obtener lo que me hace feliz.
Por Ana Cortés «El retorno de las Diosas»