¿Tú estas seguro de que elegimos a nuestros padres antes de nacer? Hay una pregunta esencial que se hace todo ser humano alguna vez en su vida y que es la esencia de la conciencia que nos hace ser quien somos, esto es, la pregunta de: ¿por qué estamos aquí?
El pensamiento moderno apoyado en la ciencia responde muy bien al cómo llegamos aquí: la mayormente azarosa unión de un esperma y un óvulo, el abrazo carnal de dos seres con los que no teníamos nada que ver hasta el momento de la concepción. Para la ciencia establecida no es necesario ir más allá de esto, puesto que, según el paradigma materialista, no existíamos antes de la concepción en el vientre de nuestra madre y no venimos al mundo por ninguna razón o necesidad en específico, lo único que de alguna manera traemos con nosotros son los genes de nuestros antepasados.
Esta respuesta no es muy satisfactoria para muchas personas que creen que su vida y el mismo mundo tienen un propósito, un significado y un destino que no puede ser reducido solamente de la ciega evolución de la materia. Los aspectos cualitativos de la existencia, las intuiciones, las «verdades espirituales», no pueden comprobarse científicamente, pero aún así ejercen una atracción y nos dotan de una razón de ser, son aquello que nos mueve e impulsa a crecer y desarraollarnos moral y espiritualmente, puesto que el ser humano, creemos, no deja de crecer cuando se convierte en adulto.
Como dice el filósofo Manly P. Hall, para muchos niños la noción de que han existido y existirán para siempre no es en ninguna medida algo extraño, o algo que deben de aprender a creer bajo algún adoctrinamiento, es algo que se cree con naturalidad, puesto que generalmente el ser no se identifica con el cuerpo solamente. Es posible que el universo mismo no haya tenido principio y no tenga final, solamente sea existencia existiendo multiforme, infinita transformación (en esto coinciden religiones con algunas teorías físicas modernas). ¿La muerte realmente es el final? ¿Es el nacimiento el inicio de todo lo que somos? O, en cambio, ¿no es más bien sólo un nuevo despertar en una larga cadena de sueños y despertares en nuevos modos de existencia?
Para el budismo, la reencarnación es el resultado del karma, es decir, de las acciones que hemos realizado. El budismo no cree en la existencia de un alma inmortal, pero sí en la continuidad de la mente. La mente no está ligada al cuerpo más que por habituación y no es definida por lo material, tiene una base intangible, la misma que el espacio y la misma que Buda. Las vidas y cuerpos a los que nacemos son el resultado de los karmas que hemos echado a andar, hábitos a los cuales nos hemos aferrado de alguna manera, consecuencias cristalizadas. En el hinduismo, donde sí se considera que existe un alma inmortal, la reencarnación es vista de forma similar, sólo que en algunas acepciones de esta religión se confiere realidad al individuo, el cual es una emanación por así decirlo, del Ser Supremo, y el cual evoluciona hacia la reidentificación con su esencia inmortal.
El psicólogo James Hillaman explica que si bien nuestra cultura tiene la noción de la genética y la influencia de la naturaleza, «estas teorías no nos hablan a la individualidad y a la unicidad que sientes que eres tú». Otras culturas tienen un mito fundacional que debemos reconsiderar, como por ejemplo el Mito de Er que expone Platón en La República: El mito dice que el alma elige sus padres particulares, y así son parte de tu destino, ya sea que experimentes una carencia paternal, padres solteros, adoptivos o lo que sea. En el mundo actual llenamos a los padres de un gran peso, como si fueran dueños y totalmente responsables del destino total de sus hijos. Este otro mito sugiere que tú tienes tu propio destino y que los padres tiene la tarea de proveer el lugar en el mundo en el que puedes enraizarte en la vida y hacer más fácil que crezcas.
Ya sea que las coordenadas de la reencarnación hayan sido elegidas por la voluntad del alma o hayan sido computadas por el cosmos conforme a la ley de la necesidad o del karma, de cualquier manera el resultado –la encarnación particular en un cuerpo determinado en el seno una familia determinada– es exactamente lo que merecemos y necesitamos, según la teoría de la reencarnación en diversas las culturas. Es decir, la vida que tenemos es la oportunidad perfecta para crecer. La reencarnación supone una teoría de la evolución espiritual –una teoría de la evolución más completa puesto que incluye los aspectos morales y espirituales de la existencia.
De esta forma cada encarnación es la continuidad de nuestro esfuerzo evolutivo, de nuestra estancia en una escuela metafísica de aprendizaje, de autoconocimiento, de amaestramiento del vehículo del cuerpo en servicio del espíritu.
Asimismo, la reencarnación y el karma garantizan la moralidad y la causalidad inherente en todos los aspectos del universo. Sin ellas, nuestros actos y pensamientos no tendrían ninguna regulación ni ningún sentido ya que se desvanecerían en la nada, y podríamos hacer lo que se nos plazca sin cosechar los efectos integrales de cada acto. Intuimos, sin embargo, que esto no es así, lo que hacemos en un sentido no sólo físico y cuantitativo, sino también metafísico y cualitativo tiene consecuencias en directa relación a la naturaleza de nuestros actos.
En un sentido práctico, existen dos importantes nociones que la reencarnación nos brinda. Por una parte nos exhorta a reconocer por nuestro propio bien, que existimos en un universo moral, donde nuestras actos tienen consecuencias y en el que somos responsbables de nuestra actualidad, de todas las condiciones con las que enfrentamos el mundo. No hay manera de descargar: no fue el azar, no fueron nuestros padres, ni siquiera fue dios. Somos siempre lo que hemos sido. El presente es la co-presencia de todos los momentos que hemos vivido bajo el condicionamiento funcional de un cuerpo en el tiempo con una cierta memoria.
Asimismo, nos llama a optar por una actitud de reverencia y comprensión en lo que se refiere a nuestros padres, una actitud que ya no busca juzgar o culpar, sino que entiende que nuestros padres son el vehículo de la manifestación de aquello que somos, no los dispositores. Y cualquiera interesado en responder a la pregunta con la que empezó este artículo y con la que empieza toda búsqueda de sentido en la vida, entonces verá en sus padres una rica fuente de enseñanzas para acercarse a resolver el misterio de por qué está aquí.
¿Qué es lo que venimos a aprender de ellos, o qué es lo que venimos aprender al mundo que fue necesario que fuéramos engendrados por este padre y esta madre y no cualquier otro par? Pueden existir muchos maestros, algunos muchos más evolucionados y cercanos a la iluminación –algunos de ellos serán quizás nuestros padres espirituales– pero lo que si es seguro, es que en nuestros padres tenemos maestros inmediatos, insoslayables, a veces crueles, a veces amorosos, pero siempre poseedores de una valiosa lección, de una profunda joya psíquica, de una historia que va más allá de la sangre y que necesitamos comprender para conocer quiénes somos y a dónde vamos.