Hay hombres poderosos, hombres de acción sin posesión, que están a la escucha, que comprenden, que reflexionan, hombres cuya presencia te tranquiliza, te sorprende, te encanta; hombres amorosos pero firmes, hombres con alma vieja y corazón de niño, hombres dulces, hombres sabios que se respetan y respetan, que se valoran por su esencia más que por la banalidad de su presencia.
Hay hombres que aman y se aman, hombres que viven en coherencia, en humildad y claridad más que en arrogancia y vanidad. Hombres que no te miran para llenar su vacío interior. Hombres que realmente buscan comprender, ayudar, ser un apoyo, hombres conscientes que sanan y se sanan entre tanta inconsciencia he inconsistencia.
Hombres que aceptan ser vulnerables a veces asumiendo la vergüenza y el desprecio de otros hombres y mujeres que no ven más allá de lo que sus narices les deja ver.
Hay hombres que sonríen, que bendicen, que han aceptado perfectamente su feminidad en medio de su sagrada masculinidad, que integrada, expresada, sublimada, ésta se convierte en un motor fantástico de agudeza intelectual, de intuición, que hace a los hombres sensibles, más que el ego de ser irresistibles, hombres que se conmueven y que lloran. Sus lágrimas lo curan todo. Lo perdonan todo. Son las lágrimas de un Sol.
Un Sol que brilla entre las estrellas, sin quemarlas, respetándolas, admirándolas, sin tratar de deslumbrarlas, al contrario, exaltándolas, maravillándolas, contemplándolas, como piedras preciosas y raras. Como rocas, sobre las cuales también pueden descansar. Hombres mágicos, hombres que despiertan, que evolucionan, que transforman y trascienden.
Hombres fuertes, hombres muchas veces solitarios, como lobos. Lobos que protegen, que defienden. Hombres que saben cómo manejar el elogio, sin hacerlo excesivo, incómodo o fuera de lugar, hombres que no se definen por la simple racionalización de la sexualidad, ya que su virilidad no se calcula por su tamaño o por su potencia, porque se es, o no es, según la libre opinión o percepción de otros.
Hay hombres que honran mientras celebran. Felices, optimistas. Que aman la naturaleza, como aman la vida, que dicen te amo y se lo demuestran a sus familias. Hombres que sirven a la humanidad con humildad sin calcular. Espontáneos y vitales, auténticos y reales.
Hombres que no se encuentran en los bares, en los estadios, ni en los lugares donde no pertenecen, hombres que están ocupados siendo ellos y por eso pasan desapercibidos. Hombres muchas veces solitarios que no están disponibles, ni enamorando damas porque no les nace, porque están ocupados sanando almas y secando lágrimas.
Hombres sabios, que comprenden que no son responsables de hacer feliz a nadie, pero que si buscan aportar en la felicidad de los que ama, hombres que se hacen responsables de su propio proceso de vida, de su felicidad y no viven buscando amor de dama en dama, ni viven de drama en drama.
También hay hombres que sanan y se sanan, que se ayudan y ayudan aunque no están obligados. Sí, están los otros, los que son capaces de recorrer kilómetros por proveer el dinero que ayudase a la estabilidad familiar y que en tan solo 5 minutos se roban un suspiro, un beso o un té amo, los que no buscan pretextos para no estar con la mujer que ama, pero respetan los espacios, los ciclos, los momentos y los estados de ánimo.
También hay hombres, de esos que aún regalan flores así sea de vez en cuando, los que compran chocolates, los que dan detalles aún por encima de sus propias necesidades, los que se preocupan porque éste bien la mujer que ama y los suyos, los que hablan de amor y lo demuestran con el corazón sin importarles la hora, el clima o la dificultades que araña.
Los que hacen todo lo posible por contribuir llevando felicidad, los que no permiten que los suyos se vallan a la cama con el estómago vacío y tristeza en la cara. Aún quedan hombres que sanan, hombres buenos que esperan sincrónicamente encontrarse con mujeres buenas, con mujeres imperfectas que se comprometen con ellas y se sanan. Hay hombres así, poderosos sanadores que desde su magia esperan pacientemente a mujeres poderosas y sanadoras como ellos.
Por Nelson Zamora
«Un sanador no es alguien al que te acercas para que te cure. Un sanador es una persona que despierta en ti tu propia consciencia para sanarte a ti mismo».