En lugar de obsesionarte con las críticas o de criticar a otros, dedica tu tiempo a mejorarte a ti misma y a mejorar tu entorno. En la vida hay pocas cosas tan agotadoras como escuchar a una persona criticar a todas horas. Además de hacernos vivir en un pozo lleno de comportamientos negativos, nos acaba haciendo sentir muy mal. En definitiva, las palabras y las actitudes de un entrometido nos desgastan de tal manera que dejan nuestra mente devastada.
Cuando nos encontramos ante estas situaciones tenemos dos opciones: alejarnos o intentar ayudarles. Y es que, como ilustra la célebre frase del comienzo, no hay un indicio más acertado de pobreza emocional y vital que el hecho de que una persona dedique su tiempo y esfuerzo a criticar a los demás. Si estamos cerca de una persona criticona tenemos que tener muy presente la capacidad que tienen para intoxicar nuestras emociones, ya que pueden desequilibrarnos totalmente de manera sencilla.
En este sentido, vivir en paz no tiene precio, por lo que siempre debemos proteger nuestro espacio físico y psicológico. Hay que crearse una coraza anticríticas no constructivas, pues digamos que las palabras solo hieren cuando te importa quién las dice, qué es lo que dice y cómo lo dice.
Lo que otras personas piensen de ti es su realidad, no la tuya
Lo que otras personas digan de ti es su realidad, no la tuya. Ellos saben tu nombre, pero no tu historia, no han vivido en tu piel, no han calzado tus zapatos. Lo único que los demás saben de ti es lo que tú les has contado o lo que han podido intuir, pero no conocen ni tus ángeles ni tus demonios.
Hay personas que, de manera malintencionada o sin ningún tipo de criterio, dan su opinión sobre cualquier circunstancia aunque nadie se la haya pedido. El objetivo de estas críticas enmascaradas es hacer daño, menospreciar y disfrutar con la preocupación ajena.
La gente que hace esto suele tener tan baja su autoestima que no logran aceptarse a sí mismos ni a los demás. Esto explica su facilidad para juzgar y poner etiquetas, lo cual solo refleja la realidad de cómo se sienten y su capacidad para proyectar sus propias dificultades emocionales. Aunque creamos hacerlo normalmente, nadie es capaz de descodificar el sentir ajeno. Nos cuesta entendernos a nosotros mismos como para saber lo que otros viven, sienten, aprenden o padecen.
Así, no deberíamos darle importancia a lo que los demás dicen de nosotros, pues sus palabras obedecen a una realidad ilusoria que su mente ha creado con el afán de saberlo todo. Las personas más infelices en este mundo son las personas que se preocupan demasiado por lo que piensen los demás. Si atiendes de manera frecuente a las críticas estás haciendo peligrar tu bienestar y tu equilibrio emocional. Por eso, es mejor que dediques tu tiempo a mejorarte a ti y a mejorar a tu entorno.
No te corresponde señalar ni ser señalado, sino preocuparte por corregir tus errores hasta alcanzar el mayor nivel de bienestar emocional existente. Si nos superamos en el orden personal, ganaremos sinceridad, respeto, humildad, generosidad y honradez. No podemos pretender ser perfectos, pero sí que es importante que mantengamos una actitud de mejora constante que nos ofrezca la posibilidad de vivir nuestra vida sin sometimientos, sin chantajes y sin dependencias emocionales.
Sanar nuestra parte dañada
Para sanar las heridas emocionales que nos causa la crítica, debemos de tener claro, en primer lugar, que somos personas únicas y excepcionales. Conforme a esto, lo próximo que nos toca es perderle el miedo a sentir y a pensar por nosotros mismos.
Son los demás los que están juzgando y criticando, no tú. La crítica no constructiva lleva consigo gran pobreza emocional en el mundo interno de quien la hace. Por lo tanto, si la persona no se deja enriquecer, en estas ocasiones te conviene ser emocionalmente egoísta y “que cada palo aguante su vela”.
Pero, ¿cómo podemos hacer frente al daño emocional que nos ocasionan las críticas? Vamos a pararnos a pensar sobre ello. La consecuencia directa de dar crédito a lo que los demás piensen y digan sobre nosotros, es que acabamos convirtiéndonos en alguien que no somos. Querer complacer a los demás a costa de perder nuestra identidad no es en absoluto saludable.
¿Eres una buena madre? ¿Eres una persona con éxito? ¿Eres inteligente? ¿Realizas bien tu trabajo? ¿Les gustas a los demás? Date cuenta de toda la energía que pierdes preocupándote por lo que otros piensan de ti. Aunque solemos sentirnos el centro de las miradas de la gente, en realidad normalmente lo que hacemos o dejamos de hacer no es relevante para ellos. O sea, los demás piensan en nosotros mucho menos de lo que creemos.
Da igual lo que hagas o cómo lo hagas, siempre habrá alguien que lo malinterprete. Intenta vivir y actuar como crees oportuno. Sé natural y date cuenta de que la única vía para sintonizar contigo mismo es hacer lo que sientes en cada momento.
No esperes que los demás comprendan tu viaje, especialmente si nunca han tenido que recorrer tu camino.
Fuente: Mejor con salud
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