Es admirable que una persona con formación esencialmente budista haya sido capaz de alcanzar un conocimiento preciso y muy bien formulado (aunque no técnico ni profesional, sino de simple persona curiosa e intelectualmente inquieta, como él mismo confiesa) de los temas más complejos de la ciencia moderna. Su inquietud abarca una enorme variedad de campos: desde la física de la materia, pasando por la cosmología, hasta la biología, la genética, la neurología y la psicología modernas.
El budismo, una filosofía sin “Libro”
El Dalai Lama insiste inicialmente en que el budismo es una filosofía sin “Libro”. Así como el cristianismo o el islam son religiones de Libro (la Biblia o el Corán), el budismo no tiene unas escrituras canónicas que se deban considerar “reveladas”, o punto de referencia absoluto que permita el acceso inequívoco a la verdad de esa religión.
En realidad el budismo es una filosofía ancestral que ha venido constituyendo un cuerpo de doctrina que se acepta, pero en casi todos sus puntos presenta numerosas variantes. Es una forma de espiritualidad que constituye una poderosa tradición y se mantiene fiel a unos grandes principios, probados durante siglos.
Insiste en que esa filosofía ha pretendido conocer la verdad y guiar al hombre hacia la superación del sufrimiento y a la felicidad mediante el uso de la razón. Así, el budismo está sometido a la razón en el sentido de que, así como la razón se ejerció en su tradición ancestral, así también hoy puede seguir ejerciéndose para señalar un perfeccionamiento en la superación del sufrimiento y en el perfeccionamiento de su espiritualidad.
Por ello es el Dalai Lama un entusiasta conocedor y admirador de la ciencia moderna. La ciencia es también (como el budismo) ejercicio de la razón y puede aportar mucho a las creencias budistas. A lo largo de su exposición se refiere en varios lugares a su interés en que se haya introducido el conocimiento de la ciencia en el curriculum académico de los monjes tibetanos.
¿El Budismo y la Física Cuántica dicen lo mismo?
Por más que las intersecciones entre el budismo y la física cuántica hayan sido el tema de numerosos libros y documentales new age que han sido criticados por divulgar una imagen de la física moderna poco fiel a la realidad –cargada de una dosis de magia y pensamiento positivo– es indudable que algunos de los postulados de la mecánica cuántica tienen importantes coincidencias con algunos de los principios del budismo, algunos de los cuales tienen más de 2 mil 500 años. La simple curiosidad humana y la búsqueda de la verdad nos hacen maravillarnos de esto y pensar que tal vez el budismo, quizás la disciplina más penetrante en su averiguación de la naturaleza de la mente que el hombre conoce, tocó profundas verdades, que por otro método hoy estamos confirmando.
Hace apenas unos meses, el Dalái Lama fue anfitrión de una conferencia sobre budismo y física cuántica en la que discutieron las asombrosas similitudes, particularmente entre la filosofía de Madhyamaka del gran santo Nagarjuna y algunas de las teorías más extrañas de la mecánica cuántica, como la dualidad onda-partícula, el entrelazamiento cuántico y el colapso de la función de onda. Uno de los principios básicos del budismo de Nagarjuna es que todos los fenómenos y todas las cosas están vacías, ya que no tienen una esencia independiente: para existir dependen de otra cosa y esa otra cosa depende de otra y así ad infinitum –a esto se le llama originación dependiente. Lo anterior puede equipararse con la noción de la física cuántica de que el estado definido de una partícula en el tiempo y en el espacio no existe hasta que no es observada, es decir depende de otra cosa siempre, de tal forma que no podemos decir que exista por sí misma.
Recientes investigaciones en torno al fenómeno conocido como entrelazamiento cuántico han llegado a la conclusión de que este entrelazamiento que aglutina sistemas cuánticos al instante superando cualquier distancia permea todo el universo y es de hecho la sustancia misma del tiempo-espacio. Esto significa que ninguna región del espacio puede separarse y analizarse independientemente: el universo es no-local, lo cual es equivalente a no separable y ciertamente interdependiente en su totalidad. El físico Juan Maldacena piensa que el entrelazamiento cuántico es responsable de la “bella continuidad del espacio-tiempo. En otras palabras, la estructura sólida y confiable del tiempo-espacio se debe a las propiedades fantasmagóricas del entrelazamiento”.
Podemos ver el entrelazamiento cuántico como una expresión cuantificable de la noción de originación dependiente: un estado cuántico individual no puede separarse del sistema total de la misma forma que un fenómeno no existe independientemente de las condiciones de las que emerge. Algunos físicos incluso han dicho que las diferentes partículas de un sistema cuántico deben tomarse como si fueran una misma partícula. En el budismo lo único que permanece en este universo es el vacío que contiene en sí mismo todos los fenómenos eternamente manifestándose como sueños sin sustancia en una mente luminosa, como olas que se rompen en el viento y regresan al océano de la totalidad.
Jay Garfield, traductor del Mulamadhyamakakarika, el texto esencial de Nagarjuna, pone el ejemplo de una mesa (y por qué está vacía):
Su existencia como objeto, eso es, como mesa, no sólo depende sí misma o de cualquier característica no relacional, sino también en nosotros. Eso es, si este tipo de mueble no hubiera evolucionado en nuestra cultura, lo que nos parece ser un objeto obviamente unitario en cambio sería descrito correctamente como cinco objetos: cuatros palos bastante útiles absurdamente montados sobre una tabla de madera esperando a ser labrada. Esto es para decir también que la mesa depende para existir de sus partes, de sus causas, de su material, y así sucesivamente. Aparte de éstos, no hay mesa. La mesa, podemos decir, es una tira de tiempo-espacio puramente arbitraria elegida por nosotros como el referente de un nombre único, y no una entidad demandando, por su propia cuenta, reconocimiento y análisis filosófico para revelar su esencia.
El traductor de textos budistas y también físico Alan Wallace ha celebrado esta maravillosa coincidencia en las implicaciones filosóficas de la física cuántica, un tema que los físicos prefieren separar de su trabajo pero que inevitablemente debe discutirse cuando uno busca formar una teoría completa de la realidad. (La mentada teoría del todo que tanto ambicionan los físicos, no puede prescindir de su significado filosófico, de su aspecto cualitativo). En una entrevista reciente Wallace observa las coincidencias entre Nagarjuna y la física cuántica:
[Nagarjuna] negó la existencia independiente no sólo del yo, el observador, sino también del objeto, el observado; e incluso de la observación misma. El término madyamika deriva directamente del que empleó Nagarjuna para referirse al camino de en medio, aludiendo al espacio entre el nihilismo y el materialismo.
Esto mismo parece ser expresado por Werner Heisenberg al sugerir que la realidad a la que accedemos no existe separada de nuestra observación: «No observamos la naturaleza en sí misma, sino la naturaleza expuesta a nuestro método de cuestionamiento». Wallace cuenta que cuando le explicó esto al físico Anton Zellinger, éste se maravilló de que se pudiera llegar a esa conclusión sin conocer física cuántica. A lo que Wallace contestó que los budistas tienen otro método para investigar la realidad: «la práctica de samadhi. un método contemplativo para investigar la mente y los fenómenos objetivos».
Dos cosas fascinantes se derivan lo anterior, primero la validez de un método de investigación interno de observación del ser, el rayo de la mente, el buddhi, posiblemente tan preciso como uno de los telescopios de la ciencia moderna, pero para conocer el cosmos que existe adentro y, por otro lado, que del resultado de las investigaciones deriva toda una filosofía ética, la cual demuestra por qué el conocimiento no puede separarse, como a veces intenta la ciencia, y limitarse a la pura especulación teórica.
«Al darte cuenta de que nada existe independientemente, ni los átomos, ni las personas, ni las culturas… brota naturalmente la compasión», dice Wallace. No existe ninguna motivación más poderosa para ayudar a los demás que experimentar claramente la unidad que existe en todas las cosas y la profunda identidad que existe entre el uno y el otro, de tal forma que no es una metáfora cuando se dice que al hacerle algo a alguien nos los hacemos a nosotros mismos (esta es la llamada ley de oro y el corazón de todas las religiones). La originación dependiente o el entrelazamiento cuántico al final significan que los demás dependen de nosotros y nosotros de ellos en una cadena infinita de reflejos, que estamos entrelazados indisociablemente.
Esta no sólo es la conclusión de una visión metafísica del universo, es el principio de toda ética: el todo en el uno, el uno en el todo.